"¿cómo juzgará la historia a una generación que cuenta con todos los medios necesarios para alimentar a la población del planeta y que rechaza el hacerlo por una obcecación fratricida?" Juan Pablo II
El derecho a la alimentación es uno de los principios proclamados en 1948 por la Declaración Universal de Derechos Humanos.
La Declaración sobre el Progreso y el Desarrollo en lo Social precisaba, en 1969, que es necesaria « la eliminación del hambre y la malnutrición y la garantía del derecho a una nutrición adecuada ».
Asimismo, la Declaración universal para la eliminación definitiva del hambre y de la malnutrición, aprobada en 1974, dice que toda persona tiene el derecho inalienable de ser liberada del hambre y de la malnutrición para poder desarrollarse plenamente y conservar sus facultades físicas y mentales.
En 1992, la Declaración mundial sobre la nutrición reconocía también que « el acceso a una alimentación nutricionalmente adecuada y sana es un derecho universal ».
Se trata de afirmaciones muy claras. La conciencia pública ha hablado sin ambigüedades. No obstante, 900 millones de personas están marcadas todavía por los estragos del hambre y de la malnutrición o por las consecuencias de la inseguridad alimentaria. ¿Radica la causa en la carencia de alimentos? Absolutamente no. Está reconocido, generalmente, que los recursos de la tierra, considerados en su totalidad, pueden alimentar a todos sus habitantes; en efecto, los alimentos disponibles por habitante, a nivel mundial, han aumentado alrededor de un 18% en los últimos años.
El desafío que se plantea a toda la humanidad es, desde luego, de orden económico y técnico, pero más que todo de orden ético y político. Es una cuestión de solidaridad vivida, de desarrollo auténtico y de progreso material.
La amplitud del fenómeno pone en tela de juicio las estructuras y los mecanismos financieros, monetarios, productivos y comerciales que, apoyados en diversas presiones políticas, rigen la economía mundial: ellos se revelan casi incapaces de absorber las injustas situaciones sociales heredadas del pasado y de enfrentarse a los urgentes desafíos y a las exigencias éticas. Sometiendo al hombre a las tensiones creadas por él mismo, dilapidando a ritmo acelerado los recursos materiales y energéticos, comprometiendo el ambiente geofísico, estas estructuras hacen extenderse continuamente las zonas de miseria y con ella la angustia, frustración y amargura...
No se avanzará en este camino difícil de las indispensables transformaciones de las estructuras de la vida económica, si no se realiza una verdadera conversión de las mentalidades y de los corazones. La tarea requiere el compromiso decidido de hombres y de pueblos libres y solidarios.
La Declaración sobre el Progreso y el Desarrollo en lo Social precisaba, en 1969, que es necesaria « la eliminación del hambre y la malnutrición y la garantía del derecho a una nutrición adecuada ».
Asimismo, la Declaración universal para la eliminación definitiva del hambre y de la malnutrición, aprobada en 1974, dice que toda persona tiene el derecho inalienable de ser liberada del hambre y de la malnutrición para poder desarrollarse plenamente y conservar sus facultades físicas y mentales.
En 1992, la Declaración mundial sobre la nutrición reconocía también que « el acceso a una alimentación nutricionalmente adecuada y sana es un derecho universal ».
Se trata de afirmaciones muy claras. La conciencia pública ha hablado sin ambigüedades. No obstante, 900 millones de personas están marcadas todavía por los estragos del hambre y de la malnutrición o por las consecuencias de la inseguridad alimentaria. ¿Radica la causa en la carencia de alimentos? Absolutamente no. Está reconocido, generalmente, que los recursos de la tierra, considerados en su totalidad, pueden alimentar a todos sus habitantes; en efecto, los alimentos disponibles por habitante, a nivel mundial, han aumentado alrededor de un 18% en los últimos años.
El desafío que se plantea a toda la humanidad es, desde luego, de orden económico y técnico, pero más que todo de orden ético y político. Es una cuestión de solidaridad vivida, de desarrollo auténtico y de progreso material.
La amplitud del fenómeno pone en tela de juicio las estructuras y los mecanismos financieros, monetarios, productivos y comerciales que, apoyados en diversas presiones políticas, rigen la economía mundial: ellos se revelan casi incapaces de absorber las injustas situaciones sociales heredadas del pasado y de enfrentarse a los urgentes desafíos y a las exigencias éticas. Sometiendo al hombre a las tensiones creadas por él mismo, dilapidando a ritmo acelerado los recursos materiales y energéticos, comprometiendo el ambiente geofísico, estas estructuras hacen extenderse continuamente las zonas de miseria y con ella la angustia, frustración y amargura...
No se avanzará en este camino difícil de las indispensables transformaciones de las estructuras de la vida económica, si no se realiza una verdadera conversión de las mentalidades y de los corazones. La tarea requiere el compromiso decidido de hombres y de pueblos libres y solidarios.
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Haiti es uno de los países mas pobres del mundo. Durante los últimos años, ha prosperado el mercado de las tortas de barro. Están hechas de arcilla, agua, sal, aceite y hierbas. Con una de estas tortas los haitianos mas pobres logran matar el hambre durante unas pocas horas.


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